Asulunala
Cuando éramos chiquitas hacíamos esas cosas que hacemos las nenas (no sé si los nenes también): con nuestras amigas armábamos pequeñas obras de teatro y las ejecutábamos delante de las otras amigas que tenían su propia obra; por turno, tal como debe ser.
Para ser sinceros, eran obras de teatro pedorras, donde no importaban las dotes artísticas de los actores, sino más bien lucirse (m?) con nuestras ocurrencias y divertirse.
En esa época uno por ahí tenía ciertos amigos más por conveniencia geográfica que por empatía verdadera, esos amigos del barrio de los cuales terminás rescatando a dos o tres, pero de los que finalmente sabés vida y obra porque "viven al lado de casa".
Entre esas amigas existían dos hermanas casa por medio, de las que nos costó darnos cuenta que nos estaban robando los papeles de carta con una laboriosidad como de hormiga que pasaba inadvertido, hasta que nos quedaron cuatro o cinco: colección pobre, cartas de bonitos colores y dibujitos a mi abuela en Buenos Aires. Fin del coleccionismo.
Estoy convencida que nos hubiéramos dado cuenta de no ser por esa confianza exagerada que uno deposita en cualquiera cuando todavía no tuvo suficientes razones para empezar a ser desconfiado.
Fué por esos tiempos en que sucedió lo que motivó este post. La idea era hacer canciones y con una coreografía no muy ensayada, cantarla delante de los presentes. No recuerdo que interpretamos mi hermana y yo, la canción de las otras dos hermanitas de por sí superó ampliamente la nuestra y quedó grabada en mi mente forever, pero no por buena, sino por una particularidad inexplicable: Era verano y así como algunos cantan lasolasyelviento, ellas decidieron hacerle un homenaje a la toalla, amiga inseparable de los veranos en el río; una de ellas decía al ritmo de la música y moviéndose de un lado al otro TOBALLA TOBAAALLAAAAAA, contrastando muy notablemente con su hermana que decía lo que tenía que decir.
Y al final de cuentas, toballa sonaba muchísimo mejor con la musiquita que habían elegido.