El pasillo detrás de la mirilla
El terror se apodera de mí cuando miro por la mirilla. No es que tenga necesidad, pero una vez que a uno se le ocurre mirar por mirar una vez, ya puede hacerlo todas las veces necesarias para descubrir que lo que está en el pasillo no desaparece. Y si al principio sólo lo veía cuando no tocaban a la puerta, comencé a verlo detrás de la persona que me visitara. A verla, mejor dicho. Estaba ahí, y solamente me miraba. Extraño, ya que es imposible ver un ojo asomado por la mirilla, sin embargo su expresión me decía que me estaba mirando. Y se acercaba lentamente, para mostrarme totalmente su aspecto que iba descubriendo de a poco. Su piel áspera y cenicienta. Sus ojos marrones de grandes pupilas. Su cuerpo raquítico debajo de la ropa, grande para ella. Sus manos que caían a los costados, como muertas, de uñas comidas y venas azules.
Lógicamente no puedo tolerarlo, y me aparto de la puerta cuando le quedan apenas unos pasos para llegar, a punto de sobresaltarme con el primer roce en la madera. Imaginando que esta tratando de verme por la mirilla. Pero nada.
Cuando descubrí que abriendo la puerta ella ya no estaba -un acto de valor que solo puede darse una vez- comencé a calcular sus tiempos, desde donde la veía la primera vez. Cuando pasaba por delante del ascensor y cuanto tiempo tardaba en llegar a mi puerta.
Igualmente salgo, extrañamente tranquila de no verla, pero siempre sabiendo que ella está ahí, en el pasillo detrás de la mirilla.
2 Comments:
Lo malo será cuando llegue el día en que uno no quiera mirar por la mirilla e igual sabremos que ella, ella esta ahí y esta vez, será para quedarse y llevarnos cuando nuestra resitencia se quiebre...
M, me pusiste la piel de gallina, jajajaja, seriamente. Como que sentí lo que significa la resistencia quebrada y su consecuencia.
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